Hay muchos temas deambulando por las redes sociales estos días pero el separatismo, la inmigración, los restos de Franco, el feminismo, y la agenda LGTBI son de los que más pasión despiertan y más polarizan. La corrupción está tan generalizada que parece más bien ruido de fondo, es importante, pero ya aburre, así que me enfoco más en los otros temas. Me llaman “¡Fascista!” con bastante frecuencia, sobre todo en Twitter, que es donde expreso mis opiniones sobre estos tema con más asiduidad. Me lo dedican, como no iba a ser de otra manera, los separatistas y la izquierda. Distingo entre los dos porque el separatismo Catalán es una aflicción tanto de la izquierda radical como de la ultra-derecha, que se llevan a matar entre ellos, pero se toleran a la hora de excretar ese patético victimismo infundado y violento que caracteriza a la revolución del lazito amarillo. Es un adjetivo multi uso que sirve para caracterizar a cualquiera que no esté a favor de una Cataluña independiente, o al menos de un referéndum (solo en Cataluña), que no esté por la labor de que cientos de miles de jóvenes varones subsaharianos lleguen a Europa ilegalmente, que no crea que se deba derruir el Valle de los Caídos, o que piensa que Felipe VI está haciendo un buen trabajo. Para la inmigración en concreto, la izquierda suele usar otro de sus adjetivos favoritos: “¡Racista!” Para temas puramente españoles como la Monarquía o los restos de Franco, también usan el término super popular: “¡Facha!” Al final, los tres adjetivos multi uso vienen a significar lo mismo: “persona que no se adhiere a las directrices ideológicas de la izquierda.”
La izquierda vive en una burbuja de superioridad moral e infalibilidad intelectual, y por lo tanto si no estás con ellos, estás contra ellos y eres todos los adjetivos que acabo de mencionar. El diálogo es muy difícil cuando una de las partes adopta la posición de “adulto” y trata a la otra como si fuera un “niño”, y no de igual a igual como dos entes guiadas por el raciocinio en lugar de por emociones. Lo curioso también es que la izquierda, que tanto desprecio siente por la religión en general, es capaz de comportarse intelectualmente con el mismo fanatismo que un yihadista, quizá porque la excepción es el Islam, a la que considera un aliado en la destrucción de los valores judeo-cristianos. Es una especie de histerismo ideológico que se manifiesta con más o menos rapidez en las redes. También hay grupos de neonazis/falangistas/anarquistas igual de histéricos, pero esos son cuatro gatos mal contados que no pintan nada.
Normalmente dos o tres intercambios en tuiter son suficientes para desencadenar el lanzamiento de alguno de los adjetivos multi uso. Que uno sea comedido, respetuoso (aunque claro), con argumentos bien estructurados, apoyados por datos publicados en algún medio, informe o estudio, suele dar exactamente igual. En cuanto la lista de pseudo-argumentos izquierdistas se acaba y no saben cómo seguir argumentando, se produce el corto circuito ideológico y me sueltan…”¡Fascista!”, o “¡Facha!”. Es una pena porque todas las partes podrían beneficiarse de estos debates, pero casi nunca se llega a una conclusión, aunque esta sea que no nos vamos a poner de acuerdo, porque me sueltan…”¡Fascista!”, y se acabó el intercambio. Tengo que reconocer que a veces el que corta el debate soy yo. Pasa cuando no debatimos sino que cada vez que argumento algo, el progre de turno cambia los parámetros del debate, o incluso de tema completamente, y así hasta que me canso de perseguirlo por el laberinto dialéctico porque no lleva a nada. Su objetivo es el laberinto en sí.
El tema de la inmigración ilegal te puede acarrear una avalancha de “¡Racista!” en menos que canta un gallo, con solo cuestionar la política inmigratoria, y ni te cuento si uno se declara directamente en contra del aperturismo. Todo esto a pesar de que es obvio que la mayoría no son refugiados, que en su mayoría son jóvenes varones y no mujeres y niños, y que hay mucho material en las RRSS, para el que lo quiera ver, mostrando lo chulos, desagradecidos, irrespetuosos, y violentos que pueden ser. La izquierda tiene tal nivel de empatía que en casos de violación por “refugiados” hace mutis por el foro, mientras que se ensaña con una agresividad pasmosa si el agresor es un hombre blanco. La violación es un acto vil, cruel, y despreciable independientemente del color, etnia, religión o tendencia política del hijo de puta del agresor, que debería ser castrado, si no algo peor. Pues para la izquierda parece ser que sí depende. Que se cuelan terroristas también se sabe. El “chaval” que mató a 22 personas en un concierto de Ariana Grande en Inglaterra fue rescatado en Libia por la armada británica. Uno de los terroristas de Paris pudo haber entrado a través de la isla griega de Leros. Al parecer eso no es solo irrelevante, sino que sacarlo a colación es “¡Racista!”.
Que conste que en ningún momento me he referido ni al color ni a la etnia de los inmigrantes ilegales. Eso es porque no tiene nada que ver con el color de la piel, y todo que ver con la ilegalidad, el impacto económico, y el impacto social por las grandes diferencias culturales, que la izquierda se empeña en subestimar o ignorar completamente.
La izquierda se basa en dos argumentos para justificar abrir las puertas abiertas de par en par: el humanitarismo, y la pirámide demográfica.
El humanitarismo es para los refugiados, aquellos que de verdad huyen de conflictos armados, persecución política, étnica, o religiosa. Ya sabemos que esos son la minoría de los que llegan, aunque como todos vienen sin papeles, entiendo la complejidad de diferenciarlos. La mayoría vienen atraídos por el estado del bienestar europeo. No se lo reprocho, si yo fuera uno de ellos seguramente lo intentaría también. Pero esto es muy serio y hay pensarlo bien, no vale con sentirlo. Me explico. Cito parte de un hilo en twitter del 29.07.2018 de Santiago Abascal, presidente de VOX (también considerado “¡Fascista!” por la izquierda): “En primer lugar, Salvamento Marítimo, recibe “avisos” a través de supuestas ONGs o tuiteros con las coordenadas de los supuestos náufragos (a veces antes de que estén en el agua) porque todo está preparado y saben el barco o patera que va a salir de la costa africana. Nuestros barcos de Salvamento Marítimo tienen la instrucción de acudir a recoger las pateras,que en muchas ocasiones están a menos de 800 metros de la costa marroquí, llegando a “rescatarlas” entre los bañistas marroquíes y ante la mirada e inacción de las patrulleras marroquíes. Hemos visto barcos en los que los 4 tripulantes de Salvamento Marítimo “rescataban” a 140 personas encerrándose dentro de la cabina por razones de seguridad y sanitarias, y por la incapacidad de controlar un barco con 140 jóvenes fuertes. (Riesgo de motines, contagios…)…La Cruz Roja, según nos han confesado allí mismo, no tiene capacidad real para detectar enfermedades contagiosas, y solo se basan en la primera impresión que les dan estos inmigrantes, enviando al hospital a las personas evidente y visiblemente enfermas. El resto van a pabellones. Allí el CNP trata de identificarlos, lo que es casi imposible porque deliberadamente no traen documentación, ni hablan español, ni colaboran, ni hay manera de saber cual es su país. Ante la falta de identificación, y no pudiendo retenerles más de 72 horas, se les suelta.”
A finales del Julio 2018, 600 jóvenes varones armados con cal viva, lanzallamas caseros, y bombas fecales asaltaron la frontera española en Ceuta y agredieron a los efectivos de la Guardia Civil que intentaba impedirles el paso, que resulta que es su obligación. 600 hombres armados asaltando la frontera de otro pais de forma organizada constituye un acto de agresión. Es la técnica del salchichón, loncha a loncha se nota menos. Si todos los que han llegado a las costas en los últimos 2 o 3 años llegaran de golpe una mañana a Barbate, Cádiz, o Algeciras, se consideraría una invasión. Las ONGs lo hacen posible con el beneplácito del buenísimo europeo, el dinero de Soros, y el aplauso de los progres, a los que obviamente les importa bien poco que el incremento de pateras traiga más beneficios a las mafias e incremente el riesgo de naufragios y en consecuencia muertes. Este es el círculo vicioso al que llaman “efecto llamada”. Si España acogiera cada año a 250.000 ilegales, que equivale al descenso anual del paro durante los últimos 5 años (2012-2017), representaría menos del 1% del crecimiento demográfico anual Africano. Que alguien me diga cómo esto contribuye a resolver el problema de la pobreza. Y se acaba declarar hace poco un nuevo brote de Ebola en la República del Congo. Hay que ayudar a estas personas en sus países de origen, con la contribución de los mismos jóvenes tan enérgicos que ahora vienen a Europa en busca del cheque fácil.
El otro argumento es la pirámide demográfica europea y la necesidad de rejuvenecerla y atraer nueva mano de obra. Pero la mayoría son jóvenes varones sin formación, en el caso de España aspirando a incorporarse a un mercado de trabajo con un 34% de paro juvenil. El problema es obvio, toda esta gente acaba suponiendo una carga adicional para el erario público, y los recursos, mal que le pese a la izquierda, no son ilimitados. Y si se trata de rejuvenecer nuestra pirámide demográfica, ¿no sería mejor que vinieran mujeres y niños también? De lo contrario estamos hablando en términos prácticos de usar a las mujeres africanas para corregir nuestra tasa de natalidad, y eso tampoco puede ser la solución a largo plazo. Habrá que corregir la tasa de natalidad, al menos parcialmente, dentro de España, dentro de Europa, y no delegarla a países pobres. ¿Pero cómo se consigue eso si la natalidad no se incentiva, si las ayudas van antes a inmigrantes ilegales que a familias europeas, y si tenemos un movimiento feminista que considera el embarazo un obstáculo para las aspiraciones de la mujer y la igualdad real? Si seguimos así, Europa conseguirá rejuvenecer la pirámide demográfica al tiempo que implementa un amplio e irreversible reemplazo étnico y cultural. “¡Fascista!” Por cierto, esto se parece bastante al Plan Kalergi.
Lo que más curioso de todo este sinsentido, es precisamente la utilización del término “¡Fascista!” Sin entrar en un análisis detallado, el fascismo es básicamente socialismo con un ramalazo ultra nacionalista, que por cierto no implica automáticamente xenofobia. Los fascistas también son anti-capitalistas. Sin embargo si uno se declara económicamente liberal y socialmente más o menos conservador (es decir, de derechas), la izquierda te clasifica como fascista, y además tránsfobo y homófobo. La transfobia es claramente un tema post-fascista, y la homofobia no ha sido nunca un monopolio del fascismo, sino una intolerancia social generalizada que se ha ido superando con el tiempo. Y qué rápido se olvidan los comunistas de lo que hacía su admirado Che Guevara con los homosexuales. En lo que a la economía se refiere, que una persona de izquierdas te llame “¡Fascista!” tiene casi tan poco sentido como llamarte “¡Comunista!”
La izquierda se ha preocupado muchísimo por que el fascismo se asocie con “la derecha”, para así blanquear el socialismo, su horrendo palmarés, y romper el lazo fraternal que lo une tanto al fascismo como al nazismo. Recordemos que el partido nazi, cuyas siglas eran NSDAP, era el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei), y perseguía el voto obrero, igual que los comunistas alemanes. Los nazis odiaban a los comunistas porque eran rivales políticos en el redil del socialismo, no porque estuvieran en la bancada opuesta. En fin, que con esta falacia como fundamento, la izquierda se dedica a llamar impunemente “¡Fascista!” a cualquiera que se niegue a hacer una genuflexión ante las políticas identitarias, a apoyar sin reservas la entrada de inmigrantes ilegales, a estar a favor del “derecho de autodeterminación” catalán, o a gritar a las estrellas hasta quedarse afónico por el mero hecho de ver una foto de Donald Trump.
Sin diálogo no hay progreso, y sin batallas intelectuales, duras pero justas, tampoco hay progreso. Mientras tanto que me llamen “¡Fascista!” todo lo que quieran, hace tiempo que me lo tomo como un cumplido, porque sé lo ridículo que es como insulto.